Monday, July 24, 2006

ANGELES EN LIBROS SAGRADOS: En La Biblia.

DE ANGELES EN LIBROS SAGRADOS
Por Waldemar Verdugo Fuentes.

LOS ANGELES EN LA BIBLIA.

En el sentimiento y la representación actual de los ángeles que la gente dice ver hoy día, en julio de 2006, estos seres visten y toman las formas más diversas, pero siempre de naturaleza antropomórfica. Si uno lee las crónicas diarias de apariciones extraterrestres cada día en cualquier punto del planeta, cómo la gente hoy los imagina ver, es cierto que difieren en absoluto con todo lo que al respecto ha hecho el arte en los últimos cinco o seis siglos, donde se los dibuja con alas, como niños regordetes, dulces o amenazadores, con rasgos propios de acuerdo a la sensibilidad del artista de la época. La deformación de la figura del ángel comenzó ya muy temprano. Pero a partir del siglo XX hasta ahora, se diría, volvió a identificársele con la forma física natural de un ser humano. Los ángeles que se aparecen hoy día envueltos en la imaginería extraterrestre, pueden portar escafandras, vestir ropa brillante o portar adminículos, pero morfológicamente tienen cabeza, dos manos y dos piernas, un cuerpo no distinto a un hombre. Tal cual se le identifica en los libros sagrados que hablan de ellos, como el Antiguo Testamento: ya en el libro del Génesis se afirma su existencia diciendo que por su apariencia exterior parecen varones, y en la lucha que sostiene Jacob con un ángel se explica la forma de un varón temible, muy fuerte, que tiene poder para bendecir y está oculto en el misterio. Es tal cual un hombre pero su semejanza es solo exterior porque su esencia es un reflejo del mismo Dios y no puede comprenderse. Es una criatura finita pero en él se encuentra el terrible poder de Dios. No obran los ángeles por si mismos, privadamente, sino que en ellos está y actúa Dios. Por ello son “emisarios” en el sentido de que llevan consigo al Ser mismo que los envió. Así, cuando se presentan amenazantes, está presente en ellos lo terrible, sagrado y espantoso de la fuerza de Dios.
En el Libro del Génesis se nos dice que un ángel con espada flameante guarda la puerta del Paraíso terrenal; el ángel del Señor mismo es quien ayuda a Agar para que muera en el desierto (21:17), exaltándose desde entonces la misión benefactora sobre el hombre que cumple un ángel. Por su relación con Dios a los ángeles se les llama “ejército del cielo” y a Dios se le nombra “Dios de los ejércitos”. Los ángeles ostentan muchas veces rasgos guerreros al cumplir las órdenes del cielo donde forman la corte celestial; sin embargo, según la representación antigua, moran también en la tierra (Génesis, 32,2). Son mensajeros de Dios, entonces, entre los hombres; y nuestros protectores, según se lee en el Libro del Éxodo (23, 20-23):
“Aquí estoy enviando un ángel delante de ti para que te proteja en el camino, para mantenerte en él y para introducirte en el lugar que he preparado. Cuídate a causa de él y obedece su voz. No te portes rebeldemente contra él, porque no perdonará la trasgresión; porque mi nombre está dentro de él. Sin embargo, si obedeces estrictamente su voz y verdaderamente haces todo lo que yo hable, entonces yo ciertamente seré hostil para con tus enemigos y hostigaré a los que te hostiguen. Porque mi ángel irá delante de ti...”
Así, el nombre “ángel”, común a la mayoría de las lenguas modernas, procede a través del latín ángelus, del griego arrexos, o mensajero. El nombre se da en la antigua época cristiana a espíritus extraterrestres característicos por su oficio en el servicio de Dios. Dándose en la generalidad de las más antiguas religiones informes sobre la existencia de estos seres intermediarios entre el cielo y los hombres, a los que se identifica y nombra de varias maneras. Incluso con nombres cifrados, para no convocarlos cuando son ejecutores también ellos de los castigos divinos. En el Antiguo Testamento se llega a dar al ángel llamado de Yahvé un poder tan enorme que cuando se habla de él se habla también de Dios mismo. Sin embargo, este ángel todopoderoso, a su vez, aparece claramente distinto de Dios. Hay quienes ven en este ángel de Yahvé una manifestación del Logos, esto es, del hijo de Dios preexistente antes de Jesucristo en los primitivos escritos. Otros intérpretes lo consideran como producto de reflexiones teológicas: dado el concepto posterior de la absoluta trascendencia divina, habrían chocado las antiguas narraciones que hablan de un trato inmediato de Dios con los hombres, y, se habría intercalado Su Ángel, una manifestación de la identidad divina, o sea, Dios mismo que, invisible, se hace presente y obra en la forma de Su Ángel: Yahvé, que actúa en determinadas situaciones. En todo caso, aún cuando este pueda ser el sentido original de la idea, sin duda, ya tempranamente y de modo general desde la época en que se identifican los primeros reyes, la forma angélica de revelación de Dios fue considerada como un mensajero celestial distinto de Dios mismo, pero con algunos de Sus atributos. Y de forma física igual al hombre original, antropomórfico.
Durante las épocas persa y grecorromana, esta idea de la forma de los ángeles y su función se desarrolló con fuerza, y particularmente quedó escrito en los Libros Apócrifos, como los libros de Enoc, el Libro de los Jubileos, el Apocalipsis siríaco de Baruc; y con cierta amplitud también en diversos escritos canónicos de la época anterior a Jesucristo, como el libro de Job, escrito por Moisés y terminado hacia el año 1473 antes de nosotros, o el Libro de Daniel, escrito por este profeta hebreo en Babilonia el 591 antes de nuestra era, o en los escritos conocidos como Salmos, atribuidos al rey David y otros y terminados cerca del 460 antes de nosotros. En estos libros sagrados y muchos otros de la época pasada se atribuyen a los ángeles características y actuaciones que nos permiten conocerlos más. Este conocimiento nace, en primeros lugar, de la mayor acentuación de la trascendencia divina con relación a los acontecimientos pasados, con lo que crece la importancia de los ángeles como seres intermedios entre Dios y los hombres. Luego influyeron otras causas nunca suficientemente estudiadas en sus pormenores, como la influencia en la religión judía de representaciones populares que nacieron por contacto con otras ideas religiosas de los pueblos gentiles, como, por ejemplo, la representación que se hace de ellos con alas, que son un agregado posterior. Así como las denominaciones con que se les comienza a ubicar; así se llaman, por su relación con Dios, o “hijos del cielo” o “santos”; o, según sus funciones “centinelas”, “vigilantes”, “curadores”, “los que nunca duermen”, “príncipes”; o por su naturaleza “espíritus” y “gloriosos”. Así a Dios mismo se le llama “príncipe de los divinos y rey de los gloriosos y señor de todos los espíritus”. Con el tiempo ya no habla Dios directamente, como en la profecía antigua, al vidente o profeta apocalíptico, sino que viene a estos un ángel que les transmite e interpreta las revelaciones divinas. Esta particularidad es común hasta ahora, cuando los videntes que anuncian profecías o de cualquier índole se anuncian enviados de intermediarios, nunca de Dios mismo.
Según los libros antiguos, entonces, los ángeles son tenidos por espíritus incorpóreos (como dice Filón en De Sacrificis Abelis et Caini), de naturaleza ígnea que fueron creados por Dios como seres inmortales. Dada esta calidad, algunos sostienen que no se alimentan de comida terrena y material (como Tobías (12, 19), sino de comida celestial o mana (según Salmo 78, 77); aunque también otros afirman que se alimentan igual que un hombre, con comida material (como se afirma en Génesis 18,9). Unos afirman que no pueden hacerse visibles sobre la tierra mas que por aparición, no en un cuerpo material (Tobías 12, 19); pero otros, los más, afirman que si se aparecen en forma de hombre (Daniel 8, 15; 10, 5-16), como “un joven glorioso” con su faz “parecida al relámpago”, vestidos “de lino”, “de blanco, “con hermosa vestidura”, que al parecerse, “habla con voz muy alta”, que “turba al hombre”, pero luego “levantan al hombre de su turbación”. En las alas que se les fueron atribuyendo, además de la influencia de religiones como la persa, se atribuyen a que el movimiento de los ángeles es representando, en general, como el del vuelo, por ser ellos mensajeros, algo que también se relaciona con los actuales ángeles extraterrestres, que llegan desde lo alto, volando en sus naves iluminadas o apareciéndose como quien llega de un vuelo.
Según la generalidad de los libros sagrados que hablan de los ángeles, el número de estos es muy grande. Y todos comunican al hombre la inteligencia extraordinaria de Dios y les dan órdenes; manifiestan lo que ha de hacerse en presencia de Dios (como en el Libro de Job 33, 23); hablan a Dios a favor de los hombres y llevan al cielo las peticiones humanas. Todas las escrituras afirman, así, que los ángeles protegen a los hombres; los salvan de peligros; le ayudan de diversas maneras, incluso llevándole por los aires para que vea lugares desconocidos (circunstancia de la que existen innumerables textos, como en Daniel 14, 34-39). Los ángeles tienen poder sobre el mal (Tobías 8, 3; Jubileo 10, 7-11). Los hombres particulares están protegidos por ángeles especiales. Se dice que cada pueblo tiene su ángel protector, y que están al frente de las cosas de creación (como afirma Filón en sus obras De opificio mundi y De gigantibus); así hay un ángel del firmamento, ángeles de las estrellas, de los fenómenos de la naturaleza como el viento, el relámpago, el trueno y las lluvias o las estaciones, pero, en cuanto a los mismos fenómenos de la naturaleza no son estos considerados como seres angélicos animados, sino, mas bien, subordinados a las huestes celestiales, que, en un momento, pueden incluso dirigirlos para beneficio o castigo de Dios sobre los hombres.
Sin embargo, los ángeles según los libros más antiguos, no son tenidos por libres de culpa delante de Dios, aunque los escritos canónicos del Antiguo Testamento no hablan de un pecado de los ángeles. Pero el juicio final también lo extienden las escrituras a los ángeles. La literatura extracanónica deduce desde luego del libro de Génesis (6, 2-4) ese pecado; una parte de los ángeles, los que allí se llaman “hijos de Dios”, habrían abandonado el cielo un día, tomando por mujeres a las hijas de los hombres y engendrando con ellas a los semidioses y gigantes de que hablan muchos libros antiguos. Según afirma el mismo Filón y Flavio Josefo en Antiquitates), en castigo, estos ángeles rebelados habrían sido temporalmente encadenados en el mundo subterráneo, cuya tradición es antiquísima e innumerable la cantidad de nombres con que se le identifica, como Seol o Hades.
Pueblos como el de los Esenios se ocupó mucho en sus escritos de los ángeles, yendo muy lejos al respecto la fe popular, como permite comprobar en los testimonios que se preservan. Sin embargo, otros rechazaban tales imaginaciones, como los Saduceos (en Refutatio omnium haeresium de Hipólito); aun cuando la generalidad de los libros sagrados mas antiguos ocupan amplio espacio confirmando la existencia de los ángeles, poco a poco las referencias disminuyeron y fueron mas o menos exaltadas según la época, combatiendo las exageraciones y tratando de armonizarlas dentro de la línea de ideas del Antiguo Testamento con la fe en Dios, en fin, como único ordenador posible de la vida.
Es la razón de que la interpretación sobre los ángeles en el Nuevo Testamento es más sobria, como lo es en general en los libros sagrados escritos a partir de nuestra era cristiana. En la concepción cristiana general, sostenida hasta ahora, los ángeles hacen oficio de mensajeros del cielo a los hombres, y se puede recurrir a ellos porque, en verdad, su sentido de la tierra es servir al hombre. Suelen aparecerse en los laberintos del sueño (Mateo 1) y también en estado de vigilia (Lucas 24; Juan 20), a manera de visión en figura de brillante vestidura y en forma a imagen y semejanza del hombre, que suele espantarse al verlo, pero de inmediato los ángeles le tranquilizan. Una de las características de la acción de Dios en el ángel es justicia, porque en sus actos no hay equivocación posible. A diferencia del hombre que “se equivoca miles de veces” y miles de veces es perdonado también por la intersección de estos seres celestes, que, en su principio son “enviados del gran perdonador”. La Iglesia Católica a partir de los cuatro Evangelios que rescatan palabra y obra de Jesucristo, pone, desde el principio, como principal atributo de Dios el Perdón. Dios se manifiesta, antes que nada, como dispuesto a que el hombre siga adelante. Así, los ángeles como sus mensajeros son disipadores de obstáculos en el camino. Y “forman ejércitos” (Mateo 26), que, como tal orden desarrolla diversos ocupaciones y ubicación, sin que se puedan señalar las diferencias entre unos y otros como hacedores enviados de Dios.
Los ángeles en el Nuevo Testamento afirman su destino: sirven a Jesucristo y a sus discípulos, y con sus actos transmiten la ley, tal cual lo hicieron en el Antiguo Testamento, en cuyos libros su actuación es formidable: fue un ángel quien extermina a los primogénitos de Egipto (Éxodo 12, 29); un ángel quien aniquila a 185.000 hombres (Revelaciones 19, 35), y también un ángel sirve de mensajero de la Anunciación, que proclama la salvación de todos los hombres y un ángel es el heraldo en la mañana de Resurrección. Al no mostrarse ellos mismos libres de mácula se acercan en definitiva al servicio del hombre. Cuando David peca y escoge como castigo de su pecado la peste, “el ángel tendió su mano sobre Jesucristo para destruirla”, pero la retiró por orden del Señor. (Segunda carta de Samual 24); David ve al ángel que hiere al pueblo de Israel e implora el perdón de Dios, y el ángel presto responde al deseo. Ya en el Nuevo Testamento, en sus discursos y parábolas, el mismo Jesucristo afirma la labor de los ángeles. Está escrito que el Señor Jesús en su nacimiento estuvo acompañado por ángeles. La próxima vez que los encontremos será después de la tentación, cuando el hijo de Dios es llevado por el espíritu al desierto y sufre hambre, y la tentación viene y le dice: “Si eres hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en panes”. Y Jesús responde: “Está escrito: No de pan solamente debe vivir el hombre...” Luego quien tienta lo lleva a lo alto del templo de la ciudad santa y le insta a saltar afirmando que también está escrito que los ángeles han de ayudar en momento de peligro extremo, y Jesús responde: “¡Otra vez está escrito no debes poner a prueba a Dios!” Narra el evangelista Mateo cada tentación y como en cada una vence Jesús “...entonces el Tentador le dejó y llegaron los ángeles y le servían”. Por los textos sagrados no es difícil afirmar que el Señor en su misión de tres años fue invisiblemente acompañado de los ángeles; pero solamente cuando entra en su Pasión, otra vez aparece un ángel para darle el cáliz de la fortaleza en su agonía en el jardín de Getsemani. Se dice que los ángeles están presentes en la conjunción de la historia de la salvación del hombre. Porque se alegran de la perseverancia de los justos y de la conversión de quien no cree. Porque desde que es niño, el hombre tiene su ángel que lo guarda. Y al final, cuando se muere, los ángeles llevan al difunto al otro mundo (Lucas 16,22). Por esto, se sabe, el rostro de un testigo de Jesús lleno del espíritu puede parecer como el rostro de un ángel. En este aspecto del orden cristiano toman parte los creyentes en tal medida que, en la primera Carta que escribe a Corintios, desde Efeso cerca del año 55 de nuestra era, el apóstol Pablo insta a los hombres a tomar decisiones y a ser fuertes, diciendo: “¿No saben ustedes que juzgaremos a ángeles en el juicio final? Entonces, ¿por qué no los asuntos de esta vida?” En la iglesia fundada por Jesucristo se manifiesta a los ángeles el designio de Dios, por sobre todo, de preservar la salud del hombre, y ayudar en esta obra saludable es gozo para los seres angélicos; por esto su actuación es pura gracia y bienaventuranza, de acuerdo al designio. El mismo designio que enseña la fuerza terrible del poder de Dios. Porque si el ángel lanza la peste sobre la gente y la ciudad, es Dios quien ordena. Un ángel con espada desenvainada aparece ante Josué y le manda que se quite el calzado de los pies, porque está en lugar santo. En la visión que el profeta Isaías tiene del trono de Dios los ángeles claman uno al otro: “¡Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos¡” y el estridente clamor hacía que los quicios de los umbrales empezaran a retemblar...
En el nuevo Testamento se suaviza este carácter terrible, de actuación casi feroz de los ángeles. Cuando un ángel acompaña a los pastores y hace que brille alrededor de ellos la gloria de Dios, o cuando en la mañana de Resurrección se manifiesta a las mujeres, siempre las primeras palabras que pronuncia son: “No temas”. Así se dice hasta ahora: las primeras palabras de un ángel siempre infunden fuerzas y alejan miedo. Un ángel de Dios jamás produce temor en el hombre, y cuando se llegan a aparecer, la paz es la primera impresión de la presencia celeste.

VIRGEN MARIA Y LOS ANGELES

La historia de la relación de María, Madre de Jesucristo, y los ángeles, es, en verdad, la historia del punto central de la fe en el Hijo de Dios. La “misión” de María se inicia con la visión de un ángel. En cuanto Ella mira al ángel y escucha su mensaje Ella escucha la voluntad de Dios. Este ángel no es ninguna manifestación impersonal; lleva un nombre: Gabriel. Es el comienzo de la historia de la salvación humana que narra el Nuevo Testamento. La humildad de María, la prudencia, la sabiduría, la fortaleza, el consentimiento y la aceptación son la respuesta mas sublime de una criatura a Dios. De hecho, la oración mayor a la Gracia de María, el llamado Rosario (que recibe su fuerza por el carácter histórico) es, según palabras del Papa Pablo VI, un “compendio de todo el Evangelio”.
El evangelista Lucas, después de un prólogo corto, comienza su Libro narrando dos apariciones del ángel Gabriel (1, 11-20 y 1, 26-38): la primera al sacerdote Zacarías para anunciarle un hijo, y la segunda aparición, seis meses después, a la Virgen María. En cuanto Ella da al ángel su respuesta afirmativa, Ella en verdad da su palabra “sí” a Dios por medio del ángel. Este ángel es el mismo “hombre de Dios” que explicó a Daniel (en el antiguo testamento) sus visiones respecto al final de los tiempos y del momento de la llegada del Mesías, por lo que algunos han señalado a Gabriel como el excelso mensajero de la divinidad y humanidad de Jesús nacido de Maria Virgen. Así es que la vida del Salvador comienza con la visión del ángel y con la respuesta de Maria (en Lucas 1, 38): “He aquí la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra). Por la intersección de Ella nos llega la luz y se expía la desobediencia de la primera mujer bíblica, Eva, que nos había tenido en la oscuridad hasta entonces. María, por decirlo así, abre nuevamente los cielos para el hombre.
La cuestión de si el ángel se apareció corporalmente a Maria en la Anunciación, Tomas de Aquino la responde afirmativamente (en “Suma Teológica”); primero, porque el ángel Gabriel anunciaba la encarnación de Dios invisible haciéndose visible. Segundo, era también conveniente a la dignidad de la madre del Dios hecho hombre, quien debía ser concebido no solamente en su espíritu sino también en su Seno corporal que se hizo fuerte, también porque la aparición corporal, física, equivale a la certidumbre del mensaje, porque lo que ven nuestros ojos es más seguro a lo que imaginamos. También Juan Crisóstomo afirma que “el ángel no se le apareció a la Santísima Virgen durante el sueño sino visiblemente, porque se necesitaba una aparición especialmente impresionante debido al mensaje tan grande que Ella recibió”. Cristo es Rey, entonces su madre es Reina. Para esto Ella fue creada por Dios, porque servir a Dios significa gobernar. Es por eso que, en la estipulación del Orden celeste, Ella es la Reina de la creación, tanto visible como invisible; es la mujer que está vestida con el sol, bajo sus pies la luna y la corona de doce estrellas sobre su cabeza, por la cual en el Apocalipsis y por causa de su hijo se ha emprendido el combate en el cielo, cuando el ángel Miguel precipita en el abismo al dragón y sus secuaces. Este combate dura hasta el final de los tiempos, pero la realeza de la mujer Madre de Dios, Maria, permanece mas allá, por toda la eternidad, donde los tiempos no cuentan días.
Los ángeles, según la Biblia, por sobre todo, son servidores de María. Es la razón de que el decimocuarto misterio del Rosario es el momento en que los ángeles acompañan y llevan a María en cuerpo y alma al cielo. El decimoquinto misterio es la coronación de María como la Reina del Cielo y de la Tierra, Reina de ángeles y hombres.
Entre los libros de la Biblia, donde más se habla de ángeles es en el llamado Apocalipsis, escrito por Juan en Patmos cerca del año 96. En principio un ángel enviado por Dios comunica al escritor las revelaciones: ante el libro sellado “un ángel poderoso que pregonaba a gran voz”; otros cuatro, en los cuatro ángulos de la tierra, contienen los vientos. Siete están de pie delante de Dios, con trompetas de oro, y al sonido de esas trompetas acaecen infinitas cosas en el mundo. Un ángel con incensario de oro está junto al altar, llena el incensario con fuego y lo arroja a la tierra. El vidente escribe a los “ángeles” de siete iglesias de Asia Menor, evidentemente, ángeles reales, no hombres de las iglesias. Los querubines y serafines se han fundido en un grupo de cuatro ángeles, los cuatro “seres vivientes” que rodean el trono de Dios. Aparecen también el ángel del abismo, un ángel con poder sobre el fuego, un ángel de las aguas, el ángel poderoso que “desciende del cielo revestido de una nube, con un arco iris sobre su cabeza, cuyo rostro es como el sol y cuyos pies son como columnas de fuego... el pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la Tierra y que clama “con voz grande, de la manera como surge un león”. Y aparecen siete ángeles con copas de ira: “Y vi en el cielo otra señal grande y maravillosa: siete ángeles con siete plagas. Estas son las últimas, porque por medio de ellas la cólera de Dios queda terminada... Y después de estas cosas vi, y se abrió el santuario de la tienda del testimonio en el cielo, y salieron del santuario los siete ángeles vestidos de lino limpio y brillante y ceñidos alrededor de los pechos con cinturones de oro...”
El primero y el último libro de la Biblia nos dejan entrever, más que los otros, la presencia de los ángeles en la vida nuestra. Aunque sean terribles los acontecimientos relatados en el Génesis y Apocalipsis, siempre en los momentos más críticos, se abre el cielo y aparece la majestad de Dios. El hombre siempre vence cuando solicita ayuda al ángel, o cuando este se aparece por simple gracia. Ya desde los primeros tiempos de la iglesia al Apocalipsis se le llamó libro de la Consolación, de la Purificación; porque el hombre, a pesar de todo, permanece en pie únicamente apoyado en la misericordia del cielo. Que, al final, ángeles y hombres, todos nos salvaremos.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

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